Miércoles, 22 Mayo 2013 18:50

Cómo Se Visten Las Mujeres

Un amigo mío mantiene la teoría de que los hombres empiezan a vestirse por arriba, mientras que las mujeres lo hacen por abajo. Según su observación, no sé si avalada o no por las estadísticas, un hombre suele afeitarse

completamente en bolas, mientras que una mujer primero se calza, antes siquiera de comenzar a maquillarse. No me ha explicado si eso se debe a que está así más alta para verse bien en el espejo o a otras razones estéticas o funcionales.

Como mi experiencia con personas en cueros es bastante reducida, no tengo mejores argumentos que contraponer a los suyos, por lo que he acabado por darle la razón. Claro que ahora, con la moda de varones metrosexuales, obsesionados con el aspecto físico y el aliño personal, a lo mejor las cosas están cambiando y resulta que todo el mundo empieza por calzarse en cuanto sale de la ducha. Porque, ésa es otra, antes de la moda del cuidado personal y de la aproximación estética de ambos sexos, los hombres teníamos cierta propensión al abandono y hasta a la falta de higiene. Según mi propia comprobación de años y años parando en los aseos públicos de las carreteras, antes sólo uno de cada diez varones se lavaba las manos después de orinar en los servicios. Ahora, la proporción se ha doblado: ya lo hacen dos de cada diez.

Entre otras cosas, además de la higiene, que a los hombres no nos han importado demasiado en la historia está el calzado. Seguramente, por esa característica tan masculina de dar preferencia a lo funcional sobre lo estético. Nos hemos calzado, por consiguiente, más por necesidad que por placer: para proteger los pies, para correr más cómodamente cuando nos perseguían o para dar patadas más contundentes armados de unas buenas botas. Sólo los precursores de nuestros metrosexuales de hoy, a los que entonces se llamaba dandys, como Beau Brummel, Lord Byron, Oscar Wilde y otros, se preocupaban de su atildamiento personal, incluyendo bellos y elaborados botines que en nada tenían que envidiar a los de las damas de su época.

Ahora, en cambio, hasta sesudos varones de estética convencional presumen del calzado que usan. Hace un tiempo, coincidí en un programa de televisión con el entonces consejero del Gobierno valenciano Junto Nieto quien, para ponderar la manufactura alicantina de ese sector, alabó los zapatos que llevaba en aquel momento y sólo le faltó mostrarlos ante las cámaras.

Con todo, el calzado masculino no posee ni de lejos las connotaciones que ofrece el de la mujer. A ésta no sólo le sirve para vestir, sino para aparentar ser más alta o más baja, según la ocasión. Gracias a él, puede parecer elegante, informal, juvenil, adinerada, traviesa, conservadora, deportista, coqueta, distante, accesible,... Probablemente, cada mujer encierra tantas personalidades posibles como zapatos distintos posea en su guardarropa. Se entiende, por consiguiente, que una tigresa de la política conyugal, como la filipina Imelda Marcos, llevase acumulados más de 2.000 pares de zapatos cuando su marido fue derrocado de la presidencia vitalicia de su país. No sé cuál de sus dos dramas personales fue mayor: haber tenido que dejar los placeres del poder y de la adulación masiva que eso conlleva, o no haber podido llevar consigo todo su ajuar, incluidos unos baúles con el calzado que precipitadamente tuvo que abandonar.

No me pregunten dónde radica el secreto erógeno del calzado femenino. Ya les dije que mi experiencia en ése y en otros terrenos no da para mucho. Pero, aunque uno no sepa explicarlo, es verdad. ¿En cuántas películas, llegada la hora de la entrega amorosa, el varón bebe champán servido en el zapato de alto y afilado tacón de su amada? Supongo que, llegado el caso, en vez de champán o cava valdría para la escena cualquier otro licor estimulante. Y hasta agua de seltz, si me apuran. Lo que, en cambio, no me imagino es la misma situación usando cualquier otro recipiente: un bolso, un florero, un frasco de quitaesmaltes,...

Un ejemplo señero de la utilización del calzado para realzar el erotismo femenino nos lo ofrece Elton John en un libro, Four inches, cuya recaudación fue íntegramente a la campaña mundial contra el sida. Su contenido no puede ser más simple: recoge las fotos hechas para la ocasión de una serie de mujeres famosas sin más aditamento que su calzado. Entre ellas, sin ningún tipo de orden o jerarquía, faltaría más, están Victoria Beckham, Iman, Paris Hilton, Elle MacPherson, Sarah Ferguson, Serena Williams y Lara Flynn-Boyle.

A mí, qué quieren que les diga, entre una mujer simplemente desnuda y otra que además lleve zapatos, me atrae mucho más la segunda. Con esto, probablemente, uno demuestra ser un varón arquetípico y que, a pesar de no tener la experiencia del amigo que sabe de primera mano que las mujeres empiezan a vestirse por abajo y a desvestirse por arriba, está deseando averiguarlo por sí mismo, sin esperar a que se lo cuenten los demás.